Hugo Aboites*
Una
vez más, los rechazados de la educación superior y los vulnerados por el examen
único comienzan a ocupar una parte importante del horizonte de la problemática
de la educación en México. Con su sola presencia (que se manifiesta en cifras,
pero también en personas concretas) son un recordatorio de la añeja omisión del
sistema educativo en lo que se refiere a ofrecer una propuesta de fondo que
permita encauzar y aprovechar para el país el enorme potencial que significa la
existencia de decenas de miles de jóvenes preparados y dispuestos a estudiar
todavía más para mejorar su vida y la del país.
Cuando en el 1968 la relación entre el Estado y los jóvenes
alcanzó niveles de tensión y de agresión nunca antes vistos, la respuesta
gubernamental al profundo deterioro que esto significó para el Estado consistió
de manera muy importante en la apertura y fortalecimiento –en todo el país– de
decenas de instituciones de educación media superior y superior para dar un
lugar de estudio a cientos de miles de jóvenes, de tal manera que si en 1970 la
matrícula nacional apenas alcanzaba 252 mil estudiantes en educación superior,
para 1979 ya era de 760 mil, es decir, un aumento de poco más de 200 por ciento
(Salinas, Informe, 1994). Fue de tal manera importante este esfuerzo que llegó
a darse el caso, al comienzo de los 70 y ni más ni menos que en la Nacional,
que había más lugares disponibles que aspirantes. El país sufrió una sacudida
vivificante al comenzar a poblarse desde rincones apartados hasta los escaños
parlamentarios, las firmas, las dependencias y las instituciones de educación,
de toda una generación de nuevos y participativos egresados. Sin embargo, el
porcentaje de crecimiento alcanzado en los años 70 no habría de repetirse, ni
en los 80 (con apenas 35.3 por ciento de aumento), ni en los 90 (56.7 por
ciento), ni menos en los años 2000 (con sólo 39.0 por ciento, casi como en los
80) (SEP, resumen, Sistema Educativo Nacional, 2009-2010).
Hoy, ciertamente, no estamos en 1968, aunque en ámbitos muy
diversos y de manera preocupante se acentúa la tensión entre el Estado y
grandes conjuntos sociales –incluidos los rechazados–, se manifiesten o no. Por
eso no sobra recordar que la columna vertebral de aquel periodo de decisivo
crecimiento de la educación superior y del país fue la aportación que hicieron
las instituciones autónomas. En prácticamente cada estado de la República se
creó una nueva universidad autónoma y tecnológico, o se apoyó decididamente a
las escuelas que ya existían. En la ciudad de México al mismo tiempo que la
UNAM procreaba una serie de escuelas superiores periféricas y toda una nueva y
masiva concepción de la educación media superior, aparece también la
Universidad Autónoma Metropolitana. Con esto, el formidable crecimiento en el
número de estudiantes se dio al mismo tiempo que surgían en algunos estados y
en el centro del país concepciones muy distintas de la educación superior,
enfoques interdisciplinarios, la unión entre docencia e investigación, así como
planes de estudio novedosos y pertinentes para una nación que despertaba con
gran fuerza.
Cuarenta años más tarde, frente a la situación crítica que se vive
en el acceso a la educación, es de nuevo en las instituciones autónomas donde
surgen las propuestas y gestos de interés y creatividad para abrir cauces a la
crisis y aportar soluciones. El pase automático de los años 60 se reivindica
hoy como precedente con vigencia. En la UACM, por ejemplo, se admite con un
procedimiento similar, a los egresados de las prepas del
IEMS (del Gobierno del Distrito Federal), y de cualquier otro bachillerato.
Por otro lado, es desde la Nacional Autónoma, junto con IPN, UAM,
UAEM, UPN y otras, así como de la SEP misma, que desde hace años se han
mantenido valiosos espacios de diálogo y solución parcial, pero al fin solución,
a la cuestión de los rechazados.
La solución más de fondo, sin embargo, comienza a surgir desde
abajo, desde padres de familia y jóvenes de las delegaciones de la ciudad,
donde autoridades y comunidades cada vez más interesadas en la educación
superior buscan afanosamente nuevos caminos para ofrecer educación. El interés
en delegaciones como Milpa Alta y Magdalena Contreras en una relación con la
UACM (con el ofrecimiento de terrenos e incluso financiamiento) representan no
sólo una propuesta de ampliación, sino también de construcción de nuevos
formatos universitarios más horizontales que pueden generalizarse a lo largo y
ancho de la ciudad.
La UNAM, UAM, el IPN, la UPN, la UAEM y la UACM pueden hacer muy
valiosas contribuciones para extender la vida universitaria por toda la
metrópoli y convertirla, a fondo, en una ciudad del aprendizaje. Pero esto
requiere del decidido apoyo gubernamental.
*Rector de la UACM
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