PROPUESTAS DE ACCIÓN PARA LA TRANSFORMACIÓN EDUCATIVA³
Manuel Pérez Rocha#
Este
documento, en congruencia con su contenido, es concebido como un
documento de trabajo, no como una disertación magistral categórica. La
aspiración no es que generemos solamente discusiones acerca de conceptos
e ideas, sino acciones concretas en el aula y en la escuela para
iniciar de inmediato la reforma educativa que tanto necesita el pueblo
de México. En congruencia con su contenido, debe verse como provocación
para actuar – no solamente para discutir – y para reflexionar
colectivamente acerca de lo aprendido en la práctica.
Las
propuestas de este documento, que se presentan para ser discutidas y
puestas a prueba, están inspiradas en principios pedagógicos y
filosóficos ampliamente discutidos por los maestros de la CNTE: la
humanización de los procesos educativos, la democratización del aula y
de la escuela, la concepción del conocimiento como un proceso que
comprende a la persona toda, la valoración del conocimiento y la cultura
tanto por su utilidad práctica como por su significado vital y
trascendente, la concepción de la educación como desarrollo cultural.
De lo
que se trata es de pasar de la discusión de esos principios generales a
la discusión de cómo hacer las cosas, de hacerlas y de reflexionar
nuevamente los principios generales a partir de la experiencia. Por
tanto se propone como meta cercana la elaboración de un conjunto de
manuales dirigidos al magisterio nacional que sirvan de instrumento para
generalizar la puesta en práctica colectiva de las líneas de trabajo
aquí sugeridas.
Así mismo, será necesario prever la constitución de mecanismos que permitan socializar lo aprendido.
PROPUESTAS DE ACCIÓN
- Fomentar la escritura (además de la lectura).
La escritura
es la revolución cultural más importante en la historia de la
humanidad. Sin la escritura no existirían ni la ciencia ni la cultura ni
la tecnología moderna. Como ningún otro medio, la escritura permite
concatenar ideas una tras otra, generándose así textos, argumentaciones y
discursos sólidos y coherentes, lo cual hace posible un conocimiento
integrado y profundo de los fenómenos y las cosas. La escritura es una
maravillosa y fecunda tecnología de la palabra, esto se tiene presente.
Pero no se valora el que la escritura es también una “tecnología del
pensamiento” e incluso una “tecnología de la conciencia”. Se reconoce a
la escritura como un medio valiosísimo y eficacísimo para almacenar y
transmitir información (en el espacio y en el
tiempo),
pero se olvida que enriquece de manera considerable la reflexión y la
introspección. La escritura nos ayuda incluso a aclarar, entender y
valorar nuestras propias experiencias, emociones y sentimientos.
Walter Ong
(Oralidad y Escritura, FCE) lo explica con claridad: “Mediante la
separación del conocedor y lo conocido, la escritura posibilita una
introspección cada vez más articulada, lo cual abre la psique como nunca
antes, no solo frente al mundo objetivo externo (bastante distinto de
ella misma), sino también ante el yo interior, al cual se contrapone el
mundo objetivo”. El “yo interior”, el “yo consciente”, y su evolución a
lo largo de la historia los conocemos gracias a la escritura, en
especial a través de la literatura y los textos filosóficos humanistas,
desde la Grecia clásica hasta nuestros días. Solamente con el
conocimiento de esas otras manifestaciones del “yo consciente”, las
generaciones anteriores han podido cumplir la sapientísima consigna:
“conócete a ti mismo”, y gracias a esta misma “tecnología del
pensamiento y la conciencia” estamos nosotros en posibilidad de
atenderla; la escritura es pues herramienta poderosa para la
construcción de una identidad. Sin la escritura sería imposible la
civilización actual. Además de ser un valioso soporte para conocernos a
nosotros mismos, la escritura, en tanto medio de expresión, tiene otros
múltiples beneficios: nos permite ser más útiles, compartir con los
demás nuestras preocupaciones, nuestros sentimientos, nuestras
emociones, así como nuestros conocimientos e ideas, y ponerlos a prueba.
La escritura es un medio privilegiado de realización personal, pues en
gran medida nos hacemos humanos al expresar y hacer común con nuestros
semejantes nuestra vida interior.
La escritura
ha tenido y seguirá teniendo efectos amplios no solo en la dimensión
cultural de la vida social e individual, también son indiscutibles sus
enormes implicaciones en los ámbitos económico y político. En este
último, la práctica regular de la escritura es apoyo importante de las
élites dominantes y su ausencia es decisiva en las condiciones de
marginación y sumisión de amplios sectores de la población, pues la
escritura determina, enriquece y potencia las formas de pensamiento y
expresión, tanto escrita como oral, de quienes leen y escriben
sistemáticamente, y también regula, pero de manera subordinada, equívoca
e inconsciente, la de quienes no lo hacen.
La
globalizada preocupación por desarrollar la “comprensión lectora” ha
olvidado que lectura y escritura son dos caras de una misma moneda, no
se puede ser un buen lector si no se ha tenido la experiencia de
escribir (y viceversa). Por supuesto, examinar y evaluar la capacidad de
escritura implica que los estudiantes escriban y que las comunidades
escolares puedan leer, comentar y someter a crítica esos escritos. Sin
duda, esto va en contra de los controles masivos y centralizados,
implica confiar a las comunidades educativas la responsabilidad de auto
examinarse y auto evaluarse, implica construir un sistema educativo
democrático que eduque en la verdadera democracia a las nuevas
generaciones.
En una
sociedad democrática, la alfabetización universal debe entenderse no
simplemente como el logro de la capacidad de leer y escribir de manera
elemental, sino como la incorporación de la lectura y la escritura en la
vida cotidiana de todos, como instrumento de trabajo y como medio de
enriquecimiento personal.
- Hacer de la escuela un espacio de expresión (libre, verbal, artística), no de silencio impuesto.
“Tenemos
todo el derecho de protestar, de hablar, de expresarnos como jóvenes
pero, ¿Por qué no lo hacemos? ¿Qué es lo que está pasando en el país?
¿Por qué no hablamos? ¿Por qué nos da miedo expresar nuestros puntos de
vista? Creo que es tiempo de manifestar nuestra opinión y no permitir la
corrupción. Instituyamos una manera de pensar propia y más crítica.”
Estas son las esperanzadoras palabras escritas por un joven de quince
años, estudiante de Cuetzalan (Puebla) de origen indígena, como
respuesta a la orden perentoria de una maestra que le espetó “cállate”.
El hecho lo relata la doctora Sandra Aguilera, especialista en
educación, en un artículo en el que pone en evidencia el significado
político del silencio y la importancia que tienen en la educación las
experiencias que se viven no solamente en el aula, sino en toda
experiencia cotidiana.
El
silencio es la norma número uno en la escuela tradicional dominante.
Hablar en clase o “en filas” es falta mayor que se castiga con puntos
menos en el renglón “conducta” de la libreta de “calificaciones”. Este
silencio impuesto en la escuela se proyecta simbiótico, como bien
percibe el joven de Cuetzalan, en la vida pública. Pero esta es una
forma de represión que está a punto de explotar, no solamente en el
ámbito escolar, también en la política y en las relaciones sociales. El
pecado mayor cometido por los “indignados” de muchos países, de
expresarse pacíficamente, es castigado con represiones violentas que
tendrán consecuencias imprevisibles.
La
verdadera y urgente reforma educativa consiste en hacer de las escuelas
espacios de desarrollo de las capacidades de expresión oral, escrita,
argumentativa y artística.
Solo de
esta manera la educación escolar contribuirá a la formación de personas
cultas, activas, responsables. La pobre concepción de la educación como
un proceso pasivo de acumulación de información o conocimientos ha sido
denunciada por pensadores y educadores desde hace mucho tiempo, pero las
autoridades educativas (de la SEP y otras instituciones), ignorantes de
las más elementales críticas a esas concepciones, siguen haciendo todo
para empobrecer la educación.
Con el
argumento de que buscan mejorar la calidad de la educación han impuesto
la prueba ENLACE, “objetiva, estandarizada, de aplicación masiva y
controlada, precisa, conformada por reactivos de opción múltiple, cada
uno con una sola respuesta correcta” (explicación oficial de las
“características” de dicha prueba) la cual está contribuyendo ya a un
mayor deterioro de la educación. Una de las claves para entender este
desaguisado está en la obsesión del “control masivo” (se aplica a más
de veinte millones de educandos) el cual por supuesto solamente puede
lograrse con computadoras. Pero las computadoras solamente pueden leer
“bolitas”, de modo que los estudiantes se ven obligados a “llenar
bolitas”. Como es bien sabido, estas pruebas tienen la “virtud” de
reorientar todo el esfuerzo educativo a la obtención de buenos
resultados en ellas, de modo que hoy, maestros, directores e incluso
padres de familia, tienen como principal empeño que los niños y jóvenes
aprendan a “llenar bolitas” de manera correcta.
La
prueba ENLACE no exige escribir una sola palabra, mucho menos una
oración, un párrafo o una página. Producto del positivismo, el
conductismo y la psicología experimental, estas pruebas están
constituidas por “reactivos” en vez de “preguntas”; lo que se pide al
estudiante no es que exprese algo personal (no se busca sondear a fondo,
como dice la etimología de la palabra pregunta), sino solamente que
reaccione, con un sí o un no, ante la provocación de un agente externo.
En defensa de su aberrante examen, los tecnócratas que los formularon
dirán que para que la respuesta sea acertada el estudiante deberá
analizar el contenido de un o varios textos que se le presentan. Bien,
en el mejor de los casos, el estudiante demostrará que ha alcanzado en
determinado nivel de comprensión de lo leído (conceptos y
argumentación), pero ninguna posibilidad hay de que pueda expresar algo
que escape a la visión del “control total” que arrogante y
autoritariamente imponen los autores de la prueba a todos los
estudiantes y maestros del país.
Hablar,
protestar, expresarse es un derecho de los jóvenes, y de todos. Y es un
derecho cuyo respeto están exigiendo hoy jóvenes, trabajadores y pueblo
en general en muchos países. La responsabilidad de los sistemas
educativos es contribuir para que estas expresiones sean importantes,
sólidas. Cualquier estudiante de primer semestre de pedagogía sabe que
el estudiante aprende fundamentalmente lo que hace.
- Implantar la pedagogía de la pregunta y cultivar la discusión (verbal y escrita) como principal método de conocimiento para superar el predominio de la “lección”, la “clase”.
La
prueba ENLACE implica que el estudiante debe aprender a responder “con
precisión” preguntas que otros han formulado, desprecia la capacidad y
necesidad que tienen los jóvenes de aprender a expresar sus propias
inquietudes e intereses en forma de preguntas propias. Nuevamente, como
resultado de su matriz positivista y autoritaria, la prueba ENLACE
comete el gravísimo error de hacer creer que para cada pregunta hay
solamente una respuesta correcta y esta es la que determinó la
autoridad.
Internet no
sólo nos ayuda a responder en fracciones de segundo innumerables
preguntas, hasta las más intrascendentes, nos da información por encima
de la que necesitamos o solicitamos. La dificultad es seleccionar la que
es relevante. Internet, sin duda, es una poderosa herramienta para la
educación, pero su aprovechamiento implica tener preguntas y criterios
para encontrar lo valioso. Además, como bien se sabe, también ofrece
innumerables espacios de enajenación y deformación. Las niñas de hoy
escriben “Barbie” y en menos de dos décimas de segundo aparecen ¡¡¡
trescientos cincuenta y un millones de resultados!!! Con imágenes y
juegos que incitan en ellas, desde la más tierna edad, la vanidad, la
frivolidad, la bobería y el consumismo. Niños y niñas escriben “Friv” en
la barra de Google y aparecen ¡¡quinientos juegos mecánicos adictivos!!
Que nada enseñan, excepto a mover rápidamente los dedos y convertirse,
transitoriamente (espero), en autistas. Estos son sólo dos ejemplos.
Las
respuestas a cualquier pregunta, e instrumentos de diversa especie
(como juegos, ejercicios y experimentos), están hoy en día, en
fracciones de segundo, en la punta de los dedos, y millones de niños han
incorporado a sus hábitos diarios “conectarse a internet” (con la
computadora o con otros aparatos), lo hacen casi mecánicamente. ¿Se
resuelve el problema educativo regalando computadoras y “conectividad”?
Las computadoras e internet nos dan acceso a respuestas, las preguntas
las tenemos que hacer nosotros. Hay muchas clases de preguntas y la
mejor educación que puede impartirse es la que motiva a hacer preguntas y
enseña a formularlas, valorarlas e investigar para responderlas.
En rigor las
escuelas no deberían tener problema para suscitar el afán de preguntar
e inquirir pues parece ser este una cualidad innata en todos los seres
humanos. Si me atengo a mi experiencia inmediata, con mis hijos y mis
nietos, los seres humanos naturalmente preguntan, preguntan y preguntan,
insistentemente, impertinentemente, incansablemente. Aún antes de
hablar, con sus manos, sus ojos y su boca indagan sabores, texturas,
formas. Así nacen niños y niñas (después la escuela los cambia). También
los filósofos más importantes de todos los tiempos corroboran esta
especie de naturaleza de los seres humanos. Aristóteles decía que todos
los hombres de manera natural desean saber y que es a través de la
curiosidad que los hombres comienzan y en un principio empezaron a
filosofar; “primero curiosos ante perplejidades obvias y luego por
progresión gradual, haciendo preguntas ante las grandes materias”. Pero
en la escuela dominante actual está prohibido preguntar. Les está
prohibido a los estudiantes e incluso a los maestros; las preguntas las
formulan las autoridades y sus técnicos que redactan “reactivos”, y
ahora ni siquiera las autoridades nacionales, las determinan los
banqueros y economistas de la OCDE a través de sus cuestionarios
estandarizados. Ahora, la única pregunta propia que hacen muchos
estudiantes se dirige al profesor: “maestro ¿eso va a venir en el
examen?”
Humanizar la
vida escolar, hacerla coincidir con “la naturaleza humana” –objetivo
esencial de la urgente reforma educativa – implicaría hacer de la
pregunta propia el punto de partida de todo aprendizaje. Por tanto, la
tarea de la escuela debería ser estimular la pregunta, enseñar a hacer
preguntas, preguntas importantes, preguntas pertinentes, preguntas
originales, preguntas atrevidas, preguntas provocadoras, preguntas y más
preguntas. Sobre esa base puede y debe enseñarse a responder mediante
la investigación, el estudio y la discusión, que adquieren sentido
cuando responden a una inquietud y un interés propio. Hace muchos años
Paulo Freire escribió un valioso libro titulado “Pedagogía de la
Pregunta”, muchos más años antes, más de dos mil años atrás, Sócrates
hizo de la pregunta el mecanismo generador del conocimiento y la
educación. A lo largo de la historia muchos pedagogos han continuado el
pensamiento pedagógico socrático y elaborado propuestas educativas que
parten de la curiosidad innata de los niños y en ella se apoyan para
promover su desarrollo: Rousseau, Freinet, Claparede, Pestalozzi,
Froebel, Montessori… la lista es interminable. Hoy, la educación
escolar, sometida a un proceso de industrialización deshumanizante con
las pruebas estandarizadas, avanza en la dirección contraria.
Los métodos
propuestos por esos pedagogos crean las circunstancias necesarias para
que los educandos formulen preguntas, pero formular preguntas valiosas
implica tener información, cultura, conocer las preguntas trascendentes
que durante siglos otros se han hecho. A esto contribuyen las
humanidades, la filosofía, la historia, la literatura y las artes, y por
supuesto también la ciencia. Por esto es indispensable fortalecer estas
disciplinas, en vez de disminuirlas como está ocurriendo con las
reformas impuestas por los gobiernos panistas asesorados por la OCDE.
Ya he
señalado en este espacio que uno de los efectos perniciosos de las
pruebas de opción múltiple es que hacen creer que la educación es la
acumulación de información para responder preguntas formuladas por
otros, cuando el principalísimo objetivo de la educación debería ser
enseñar a niños y jóvenes a formular preguntas propias y generar
condiciones para que los estudiantes desarrollen un espíritu
inquisitivo. Otro efecto pedagógico adverso: esas pruebas afirman que
toda pregunta tiene solamente una respuesta correcta, cuando esto ocurre
sólo en los casos de preguntas relativamente superficiales sobre
hechos. Es incuestionable pues que la aplicación de las pruebas de
opción múltiple, y la orientación de las actividades escolares para que
los estudiantes las respondan correctamente, se traducen en grave
deterioro de la educación: empobrecimiento de los “contenidos” y la
destrucción del hábito y las habilidades críticas (evidentemente esto es
lo que conviene a Televisa).
La buena
discusión obliga a informarse, a escuchar, a analizar, a juzgar, a
construir argumentos; y por supuesto, para que sea productiva, debe
seguir un método y ante todo guiarse por el compromiso honesto de
aprender, y de tener el valor de reconocer la verdad cuando se le
encuentra, tenga las consecuencias que tenga, como decía Bertolt Brecht.
Mediante una buena discusión en el aula, los estudiantes también
aprenden mucho de sus propios compañeros.
- Imponer como regla de comportamiento la cooperación y excluir la competencia y la rivalidad.
La
competencia entre grupos o individuos siempre ha existido, obedece a
múltiples causas y merece diversos juicios, pero ahora no es sólo una
forma de relación social entre ciertos individuos, en determinados
momentos o circunstancias, o peculiar de una actividad o un sector de la
sociedad, es la pauta imperante en la economía, en la política, en el
deporte, en la cultura, en las escuelas y en las universidades. Hoy, ser
“competitivo”, esto es, capaz de competir con éxito venciendo a los
rivales, es el ideal, la aspiración, el desiderátum universal; como
parte del pensamiento único global no se concibe otro tipo de relación
entre los seres humanos.
La escuela
tradicional, dominante, es el lugar en donde se inicia el
adoctrinamiento en la ideología de la competencia y la “competitividad” y
uno de los espacios en los que la competencia está más
institucionalizada: concursos, torneos, rankings, cuadros de honor,
diplomas, medallas, “primeros lugares”, competencias deportivas,
competencias entre maestros para obtener premios y apoyos, etcétera.
Ahora también se impulsa la competencia entre escuelas para obtener
recursos con los cuales operar. No puede extrañar que la escuela sea un
espacio de violencia física, verbal o simbólica entre estudiantes (es
innecesario el término “bullying) pues además es común, de inicio, una
violencia institucionalizada, orgánica: rigidez reglamentaria
irracional, mecanismos de exclusión, autoritarismos, humillaciones,
injusticias disfrazadas de meritocracia, incluso violación a los más
elementales derechos humanos. Este tipo de escuela no es pues la
solución a la bárbara delincuencia que agobia al país. Por el contrario,
la imposición de políticas educativas y modelos de educación
autoritarios y plagados de injusticias será factor de agravamiento de
los problemas actuales. Es necesario apoyar la educación para ayudar a
resolver múltiples problemas sociales, entre ellos el de la violencia y
la criminalidad, pero esto implica necesariamente una reforma simultánea
que haga de la escuela un espacio de promoción de valores opuestos a la
competencia y la “competitividad”, de otra forma se estará echando más
gasolina al fuego.
La reforma a
la escuela exige implantar como norma la cooperación, está probada su
eficacia y eficiencia. Desde el siglo pasado, múltiples experiencias
basadas, por ejemplo, en las propuestas pedagógicas de Francisco Ferrer
Guardia, Célestin Freinet, John Dewey, Paulo Freire y muchos otros (la
bibliografía es amplísima), han mostrado que la colaboración no sólo
genera mejor aprendizaje, sino que también desarrolla valores éticos,
sociales y humanos en los estudiantes. Una experiencia probada, muy
eficaz y de alto valor pedagógico para todos – en dirección opuesta a la
competencia entre estudiantes – es la colaboración de los más avanzados
con el aprendizaje de los menos avanzados.
En primer
lugar es inaplazable remplazar las omnipresentes rivalidades y
competencias en el ámbito escolar e instaurar como principio de relación
la cooperación. Ya hemos hecho ver en este espacio que estudios
empíricos cuidadosos han mostrado que la competencia, así sea en juegos
en apariencia inofensivos o incluso pretendidamente “educativos”, genera
actitudes agresivas; esto ocurre también, y con mayor fuerza, con
competencias cuyos resultados significan pérdida de un bien, de imagen,
prestigio, poder, o de algún derecho.
Para niños y
jóvenes, el ambiente escolar es, con mucha frecuencia, agresivo. En el
aula y en la conducción de la escuela son constantes la irracionalidad,
la arbitrariedad, el autoritarismo; esta es violencia que genera
violencia. Es inaplazable propiciar el remplazo de estas formas de
sometimiento por el predominio de la razón, por el respeto a los
derechos de los demás, por una ética humanista.
Por otra
parte, para que la escuela sea eficaz en el combate a la violencia es
indispensable que se empeñe en una educación integral de los niños y los
jóvenes, de modo que éstos tengan bases para formarse un proyecto de
vida. Eric Fromm ha hecho ver que otra causa de las actitudes
destructivas y agresivas es el “aburrimiento”, entendiendo por esto la
ausencia de un sentido de vida. Una capacitación estrecha para competir
por empleos, que no existen, solamente aumenta la frustración, el
desencanto con la vida y las conductas violentas que tanto lamentamos.
- Reconocer al error como vía del aprendizaje en vez de castigarlo.
Otro efecto
pernicioso, anti educativo, de las pruebas de opción múltiple, es que
exaltan el aspecto negativo de los errores, sólo reconocen esta faceta,
ignorando que el error es ocasión de aprendizaje; la ciencia, dice
Gastón Bachelard, es una serie de errores corregidos. Esas pruebas
incluso hacen del error causa de sentimiento de culpa (por supuesto
también este efecto es de interés para quienes se benefician de una
sociedad estratificada); las pruebas de opción múltiple, en su búsqueda
de “objetividad”, arrojan resultados puramente “cuantitativos” (cantidad
de aciertos), aun cuando los números no necesariamente significan
“conocimiento objetivo” y nada dicen de la naturaleza y las causas del
error y por tanto no abren el camino para su superación.
- Poner en el centro de la motivación de los estudiantes los valores de uso del conocimiento en vez de los valores de cambio.
Las
motivaciones de los estudiantes para estudiar y aprender no han merecido
la atención debida; por esta razón, muchas reformas educativas
fracasan pues son los estudiantes quienes tienen que hacer el trabajo de
estudiar para aprender y, si no están motivados, todo intento de
reforma educativa fracasará. (Robert J. Samuelson)
Todas las
teorías de la psicología educativa, la pedagogía y demás ciencias de la
educación sostienen que los resultados de cualquier acción educativa
dependen determinantemente de la motivación del estudiante. Aún antes de
que la ciencia se ocupara de la educación, durante más de dos milenios,
desde la filosofía también se ha afirmado con argumentos que la
educación y el desarrollo del conocimiento, las habilidades y las
virtudes implican una fuerza interna del educando. Incluso, hoy, este
principio encuentra respaldo en los avances de las neurociencias.
Aun cuando
se supone que los estudiantes van a la escuela a estudiar, es necesario
empezar por establecer una distinción entre la motivación para ir a la
escuela y la motivación para estudiar. Por más que esto pareciera
extraño así es. Con mucha frecuencia, jóvenes y niños van a la escuela
por razones distintas a la de aprender, por ejemplo: obedecer a sus
padres, no aburrirse, huir de la casa, obtener un servicio médico o
seguro de estudiante, dar satisfacción a sus padres, encontrarse con
amigos, presumir que se es universitario, adquirir una “identidad”, no
quedarse atrás (no ser menos) en relación con familiares y amigos,
disfrutar de actividades extraacadémicas que ofrecen la escuela o la
universidad (deportivas, culturales, sociales). Todas estas
motivaciones, que en la vida real son habituales, pueden darse sin que
esté presente el deseo de aprender, ni valoración alguna por el
conocimiento y la cultura por lo cual podríamos catalogarlas como
motivaciones espurias.
Un aspecto
del valor de uso del conocimiento es el que se deriva de su poder para
resolver problemas y satisfacer necesidades, ya sea individuales o
sociales. Saber curar una enfermedad, tener conocimientos para diseñar
un puente o una carretera, conocer las leyes para poder defender una
causa justa, disponer de las herramientas conceptuales adecuadas para
comprender un fenómeno social, son ejemplos del valor de uso del
conocimiento. Quien se fija como meta contribuir a la solución de esos
problemas o necesidades buscará los conocimientos necesarios y sabrá
aprovechar las oportunidades que para ello le ofrecen la escuela y la
universidad. De la solidez de su compromiso y empeño por contribuir a
atender esas necesidades dependerá la fortaleza de su motivación para
constituirse en un agente activo en el proceso educativo y permanecer en
él trabajando con la intensidad necesaria.
De manera
creciente, la solución de los problemas personales o familiares también
requiere de conocimientos y en ocasiones de conocimientos avanzados. La
salud, la organización de la vida cotidiana, la educación de los hijos,
las relaciones laborales, los problemas de la vida urbana, implican la
aplicación de conocimientos o por lo menos la capacidad de gestionar los
apoyos especializados necesarios.
Otro aspecto
del valor de uso del conocimiento es la posibilidad que en él
encontramos para desarrollarnos como personas, para encontrar el sentido
de la vida y respondernos a las preguntas básicas de nuestra
existencia. Asimismo, el valor de uso del conocimiento se deriva de la
posibilidad que nos ofrece para entender el mundo natural, el universo,
la humanidad y su historia. La seriedad con la que se asuman estos
problemas determinará la fortaleza de la motivación para estudiar con
empeño y resultados.
- Fomentar la motivación intrínseca en vez de la extrínseca, y por tanto prohibir las “calificaciones”, los premios, los castigos, los concursos y las distinciones (y las humillaciones)
A la buena
educación de nada le sirven los “papeles” (las “calificaciones”, los
certificados y los títulos). Las instituciones escolares las usan para
atraer clientela y para controlar la disciplina en su interior, pero su
preeminencia debilita la motivación intrínseca para estudiar y aniquila
la ansiada “calidad” de la educación. La pobre y poco confiable
información que proporcionan los certificados para permitir el ingreso a
un curso escolar debe reemplazarse con evaluaciones diagnósticas “ad
hoc” al inicio de dichos cursos. Lo mismo debería establecerse en todos
los niveles del ámbito laboral, en el cual se desperdician valiosas
habilidades y conocimientos de personas que se han formado fuera de las
aulas y que carecen de “papeles”. Carol Sager publicó hace ya quince
años un sistemático estudio de los argumentos que esgrimen estudiantes,
padres de familia, maestros y empleadores para oponerse a la eliminación
de las calificaciones escolares y demuestra que se trata de un ejemplo
paradigmático de injustificada resistencia al cambio.
Pero lo que
más nos interesa no es el calificativo que merece cada una de las
motivaciones, sino el efecto que tienen en los resultados de la
educación. Esas motivaciones espurias son débiles, insuficientes para
generar el esfuerzo que exige el estudio. En los niveles básicos, la
permanencia en la escuela se resuelve por la obligatoriedad a que están
sometidos los niños, su dependencia total de los padres, y los
mecanismos de premios y castigos, pero en los niveles superiores del
sistema escolar, la ausencia de otras motivaciones genera un creciente
abandono de los estudios.
Otra
motivación semejante a las anteriores es la de simplemente obtener un
certificado de estudios o un título universitario para fines distintos
al de la aplicación de conocimientos (como la ostentación o el
arribismo), para lo cual se acepta que deben cumplirse ciertos
requisitos, incluso si es necesario obtener algunos conocimientos. En
estas circunstancias los conocimientos no son un fin, son un trámite.
Esta motivación igualmente espuria es propiciada intensamente por la
sociedad contemporánea, que atinadamente se ha denominado sociedad
credencialista. Estas motivaciones tienen una fuerza variable, incierta,
pero en cualquier caso, el conocimiento adquirido es superficial y
volátil.
Habría que
excluir de esta categorización – y reconocer su legitimidad – la
motivación de adquirir conocimientos con la finalidad de venderlos y
ganar honestamente el sustento. Esta última es también una motivación
muy frecuente y no puede pues confundirse con las motivaciones
totalmente ajenas al proceso de aprendizaje, ni con la de aceptar el
aprendizaje como un costo para obtener una distinción. Aquí hay un
interés real en el aprendizaje, incluso en su solidez, pues se asume
que de ello depende la posibilidad de obtener el fin deseado de
venderlo.
Todas estas
motivaciones extrínsecas, originadas en el valor de cambio del
conocimiento, han sufrido el embate de cambios sociales importantes,
entre ellos la creciente descalificación del trabajo para la gran
mayoría de la población, la pérdida de estatus de los títulos
universitarios y como señala Samuelson, la pérdida de “autoridad” (más
bien poder de mando) de maestros y padres de familia y la consecuente
ineficacia de los premios y los castigos.
Remontar
esta situación, incrementar la permanencia de los jóvenes en las
escuelas y lograr que esto se traduzca en aprendizajes reales, duraderos
y sólidos implica desarrollar otro tipo de motivaciones, motivaciones
intrínsecas, sustentadas en los valores de uso del conocimiento, que van
desde la valoración del conocimiento por su utilidad práctica
(individual y social), hasta la valoración del conocimiento y la
cultura por su sentido trascendente.
Esto exige,
en primer lugar, establecer una clara distinción entre la función
propiamente educativa y cultural de las escuelas y las universidades, y
la función que materializa el valor de cambio de los mismos: la
certificación y el otorgamiento de títulos. Estas dos funciones se
enmarañan en el aula, en las funciones docentes, en la visión que de la
educación tienen los estudiantes y la sociedad toda. Al entrar a un
nuevo curso, los estudiantes preguntan insistentemente ¿eso va a venir
en el examen? El primer gran reto del profesor (desde la primaria hasta
el posgrado) es remontar esta deformación valoral –que ellos no han
originado– y lograr que los estudiantes se interesen en los
conocimientos.
Otorgar a
los maestros el papel de funcionarios públicos cuya firma tiene valor
legal y económico es pervertir la función docente, degradar la tarea
educativa y marginar el valor de uso del conocimiento(…) la abundante
información arrojada por las investigaciones de los psicólogos, (…)
muestra que los estímulos externos, como los incentivos monetarios y
otros, destruyen la motivación intrínseca que es la clave del buen
aprendizaje, de la ambicionada calidad de la educación. La reforma
educativa no se puede reducir a medidas para mejorar la administración
de personal. El reconocimiento de que la reforma educativa es ante todo
un reto pedagógico debe traducirse, entre otras cosas, en ver el
“problema del magisterio” no como un asunto de administración de
recursos humanos, sino como la exigencia de crear las condiciones
necesarias para que los maestros se constituyan en comunidades de
enseñanza y aprendizaje que promueven su permanente desarrollo
profesional.
El empeño de
las instituciones educativas debe ser que los estudiantes aprendan, no
que “saquen buenas calificaciones”. Una de las falacias de las
instituciones educativas es la identificación de “buenas calificaciones”
con buena formación académica o educación sólida. Es necesario reiterar
que las “calificaciones” engañan desde su nombre mismo pues un 8 o un
10 son una cuantificación, no una calificación. Además, también hay que
reiterarlo, la materia principal que se trabaja y examina en la escuela,
y que es objeto de las “calificaciones”, es el conocimiento (en su
sentido más amplio) y el conocimiento no es cuantificable a menos que se
reduzca a mera información. La conversión del conocimiento en “puntos”
(insubstancial unidad de medida de las “calificaciones”) implica muchas
arbitrariedades y en general hace abstracción de lo más importante:
habilidades complejas, actitudes, riqueza de criterios. Ante la
obligación de convertir las evaluaciones en un número, los profesores se
ven orillados a contar el número de cuartillas entregadas por el
estudiante o el número de respuestas correctas a un cuestionario, sin
atender al significado del acierto o el error de cada una de ellas.
Las mal
llamadas calificaciones (ya sea un número o una letra) sirven para
clasificar a los estudiantes, para facilitar y justificar el
otorgamiento de premios y castigos, pero carecen de utilidad pedagógica o
educativa. Entregar a los estudiantes un número como resultado de un
examen los deja desarmados, sin saber a ciencia cierta qué es lo que
deben mejorar y cómo hacerlo.
Los
estudiantes de las instituciones convencionales saben muy bien de qué se
trata el juego, y lo siguen. Hace unos días, escuché decir a un joven:
“voy a inscribirme en esa materia, no me interesa para nada, pero es
fácil y así puedo subir mi promedio”. Los “promedios” escolares son
engaño al cuadrado pues todos sabemos que “promediar” sirve precisamente
para olvidarnos de las diferencias y de otras muchas realidades
incómodas. Las normas escolares hacen caso omiso de una obviedad: un
estudiante que cursa cinco materias puede obtener 8 de promedio con
cinco “ochos”; o con dos “seises”, un “ocho” y dos “dieces”, o con otras
muchas combinaciones. Si un estudiante de ingeniería tiene ocho de
promedio, pero con un seis en matemáticas y un seis en física (y si esos
números representan algo), ese estudiante “va muy mal” pues esas son
dos materias básicas, fundamentales, indispensables. Sumemos a esto el
absurdo de sumar o restar “puntos” por mal o buen comportamiento, por
asistencia a clases, por entregar tres cuartillas más, o por las
simpatías del profesor hacia el estudiante.
El asunto
adquiere un carácter más grave cuando a esas “calificaciones” de los
estudiantes se les asocian premios y castigos, o se condicionan a ellas
las posibilidades de sobrevivencia para los estudiantes (las becas). En
estas circunstancias, la simulación tiende a convertirse en franca
corrupción e instrumento de control, de discriminación y de la
prevalencia de intereses ilegítimos. Las becas para estudiantes deben
verse como la justa y necesaria satisfacción de una necesidad, no como
premio o estímulo.
- Eliminar la confusión injusta de logros con “méritos” para propiciar la “equidad”
¿Es justo
dar apoyo preferente a alguien simplemente porque ha tenido más logros
que otros? En las universidades y en el sistema educativo en general
esta es la regla y, no sin arrogancia, quienes en virtud de ella están
en la cúspide, proclaman que su aplicación constituye un justo premio al
“mérito”. Pero si eso fuera hacer justicia, en otros ámbitos lo justo
sería darle todo el apoyo posible a Carlos Slim, a Emilio Azcárraga y a
Octavio Paz y negárselo al analfabeta “viene viene” de la esquina o al
campesino que con arduo trabajo sobrevive en su parcela.
Si por
“merecer” entendemos ser tratado con justicia, decidir a quién apoyar
no es tarea simple ni fácil. No cabe confundir logro con mérito. La
justicia humana es extremadamente incierta, el concepto mismo de
justicia es motivo de complicados debates desde hace milenios (véanse
los enredos de John Rawls). En los sistemas educativos debe pues tenerse
mucha prudencia cuando se trata de reconocer “méritos” y “hacer
justicia”. Quizá en el imposible caso de que los destinatarios de un
apoyo hubieran partido de condiciones idénticas (incluyendo las
biológicas) y trabajado en circunstancias también idénticas pudieran
equipararse logros y méritos. Es parte de la ideología de “los de
arriba” afirmar con simplismo e interés que los logros dependen
exclusivamente del esfuerzo y del “talento”. Falso, la actividad humana y
sus frutos son resultado de una compleja interrelación entre historia,
esfuerzo, capacidades, motivación, logros y circunstancias. La falsedad e
injusticia de la supuesta “meritocracia” fueron señaladas por quien
acuñó este término, Michael Young, padre de la paradigmática “Open
University” británica.
Hacer
justicia con los apoyos que se dan en la educación exigiría la
impracticable tarea de adentrarse en la vida de cada estudiante y hacer
comparaciones objetivas. La aspiración no puede ser esa. Lo que sí debe
hacerse es, en primer lugar, no pretender legitimar numerosas decisiones
discriminatorias con el argumento de que se premian méritos y se hace
justicia. Abiertamente debe reconocerse que muchas decisiones se toman
con alto grado de arbitrariedad y con elementos endebles. Por otra
parte, debe ponerse empeño y creatividad en el establecimiento de
procedimientos novedosos, generosos y lo menos injustos posible.
Experiencias las hay y muchas. Por ejemplo, las “acciones afirmativas”
aplicadas en muchas instituciones educativas y programas sociales,
mediante las cuáles se busca compensar, aunque sea parcialmente, las
desventajas en las que compiten los individuos pertenecientes a diversos
sectores sociales y con historias desiguales. Confundiendo logros con
méritos el sistema educativo ha generalizado el famoso “efecto Mateo”
denunciado por el sociólogo Robert Merton: “alque tiene más se le dará
en abundancia y al que tiene poco eso se le quitará”. Finalmente la
salida está en ir más allá de la anhelada justicia y actuar con
generosidad conforme a principios humanistas y democráticos.
Otro
argumento que se esgrime para dar apoyos preferentes a quienes han
tenido mayores logros no tiene que ver propiamente con la justicia, tal
argumento es la eficiencia: se afirma que quienes han tenido mayores
logros garantizan mejores rendimientos (así se justifican los
“estímulos” a los adinerados capitalistas). Si se trata de recursos
privados, el otorgante puede olvidarse de la justicia y decidir en
función de sus criterios e intereses personales. Pero si los recursos
son públicos su asignación debe considerar criterios sociales:
contrarrestar las condiciones privilegiadas que, por lo menos en parte,
explican las diferencias de resultados, y atender el objetivo de
disminuir la injusticia, la desigualdad y la inequidad. Asunto distinto
es la juiciosa consideración de la preparación y las capacidades de las
personas para la asignación de tareas, pues (por lo menos en el ámbito
público) éstas no han de concebirse como premio, ni constituir ocasión
de beneficio personal.
Un sistema
de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y
cultural del pueblo (como señala nuestra Constitución), rinde
socialmente muchos mejores dividendos (incluso económicos) que el
fortalecimiento de las élites. Pablo Latapí rechazaba el uso irreflexivo
y obsesivo del concepto de “excelencia” (que significa sobresalir) y
citaba con frecuencia: “no se trata de llegar primero sino de llegar
todos y a tiempo”.
- Fortalecer las humanidades, especialmente la literatura por sus valores estéticos, éticos, históricos y sociales, no por su utilidad instrumental, y la historia por la riqueza que aporta a todo conocimiento.
Los sistemas
educativos tienen una obligación clara e indiscutible: dar a toda la
población una sólida formación básica, humanística, científica y
crítica que no solamente les sirva para moverse en el incierto mundo del
trabajo, y también para entender el sistema y los procesos que lo
determinan y ser capaces de convertirse en sujetos conscientes de dichos
procesos. Otra obligación es dejar de engañar a los jóvenes con
promesas de futuros empleos maravillosos si se inscriben en tal o cual
institución educativa. Aquí cabe releer la enérgica y emocionada
denuncia que hizo hace algunos años Viviane Forrester (El horror
económico, FCE).
Hay por lo
menos dos elementos de la reforma del bachillerato impulsada por la SEP
que merecen una urgente crítica: el enfoque de las “competencias” y la
desaparición de las disciplinas de humanidades y ciencias sociales. El
enfoque de “competencias” privilegia el “saber hacer” como fin único de
la educación y suprime otro objetivo esencial de esta tarea: enseñar a
“saber ser”. No es necesario especular acerca de las consecuencias que
tiene este enfoque; congruentes con él, sus promotores eliminan de los
planes de estudio la filosofía e introducen versiones aberrantes de las
demás humanidades: la historia, las letras, las artes (la música ni
siquiera aparece). La filosofía desparece totalmente, los ignorantes
promotores de esta reforma afirman que se atiende “transversalmente” en
otras disciplinas. La literatura aparece dentro del área de comunicación
(¡¡¡¡¡) y la historia es una más de las ciencias sociales junto con la
administración.
Solo una
profunda ignorancia y una ideología ramplona pueden generar esas
reformas: la acusación de que los problemas sociales, económicos y
políticos obedecen a la incompetencia del pueblo trabajador (por eso hay
que hacerlos competentes y competitivos mediante las “competencias”);
los seres humanos concebidos solamente como productores, como empleados
o, si acaso, como ciudadanos bien portados para lograr la tranquilidad
social que requieren los negocios y el progreso; el desconocimiento de
que la historia no es una más de las “ciencias sociales”, sino la
ciencia por antonomasia tanto en el ámbito individual, como en el social
e incluso en el de la naturaleza; el desconocimiento de que la
filosofía no se reduce a la lógica sino que, con el resto de las
humanidades, es el espacio de reflexión y análisis en donde determinamos
quiénes somos y a dónde vamos; el desconocimiento de que las letras, la
literatura, no son solamente un medio de comunicación sino, con las
demás humanidades, arsenal que nos provee de valores estéticos, éticos,
humanos, imprescindibles para seguir siendo humanidad; el
desconocimiento de que las artes son no solamente materia de
“apreciación” sino necesidad vital de expresión y enriquecimiento
personal.
Las
humanidades contribuyen a dar sentido ético, estético, social, histórico
y personal a lo que somos y a lo que hacemos, alimentan la voluntad, el
carácter, la virtud y la sabiduría y de esta manera dan sustento y
orientación al saber hacer. A los funcionarios de la SEP no les interesó
el debate con los maestros, o se dieron cuenta que no tenían tamaños
para discutir. Para orientarse, dichos funcionarios tienen a su asesor
que es la OCDE, el nuevo “gran hermano” de la educación mexicana
dominado por economistas y banqueros metidos a educadores.
CONSULTA LOS RESOLUTIVOS DEL VI CONGRESO:
³
Documento enviado al VI Congreso Nacional de Educación Alternativa de
la CNTE, desarrollado del 13 al 15 de junio del 2014 en la Benemérita
Escuela Normal Veracruzana, Xalapa, Veracruz.
# Ex rector de la UACM
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