Evaluación y poder
Tatiana Coll *
No nos oponemos a la evaluación, pero
¿cómo y para qué quiere evaluar el señor Presidente?… Esta fue una frase
que recogieron los periódicos nacionales el 21 de diciembre de 2001, cuando la
entonces prestigiosa lideresa del SNTE comentó lo que se había tratado en una
importante reunión en Los Pinos, particularmente sobre el significativo hecho
de que por primera vez Vicente Fox lanzó la idea de establecer para la
educación básica todo un sistema de evaluación, a partir de la creación de
Enlace y del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, para
avanzar en la calidad de la educación. Hasta hoy este es aún el fondo de una
compleja negociación que sigue en curso, marcada por mensajes crípticos,
anécdotas folclóricas (como las protagonizadas por Josefina y Elba Esther),
bombardeos mediáticos, amenazas y finalmente
golpes de Estado.
Desde ese momento las cartas estaban sobre la
mesa. En esta partida se ha estado jugando la hegemonía, es decir, el control
sobre la educación y su principal actor: el maestro. Esta disputa taimada la
encabezaron los personajes que se mueven dentro de los espacios de toma de
decisiones del Estado: el SNTE, dominado por una ambiciosa figura encumbrada y
moldeada por Salinas de Gortari; los empresarios, representados por diferentes
figuras: el CCE, Mexicanos Primero, Televisa, disfrazados de
sociedad civily, finalmente, el gobierno, la SEP y su Dirección General de Evaluación. La sórdida contienda dentro de ésta, que bien podríamos llamar
la Santísima Trinidad, se ha centrado sobre el actual instrumento de control e intervención del Estado en la educación: la evaluación.
¿Cómo y para qué evaluar?, preguntó la señora
Gordillo. Doce años después parece haberle llegado el fin de la partida y la
respuesta contundente en tres días: proclamación constitucional de la
seudorreforma educativa, encarcelamiento y alineación servil del SNTE. La
evaluación es ahora un precepto constitucional, por absurdo que esto sea, que
evaluará para determinar el ingreso, la promoción y la permanencia del
magisterio, mediante las pruebas denominadas, respectivamente: concurso de
oposición, Enlace y evaluación universal. Textualmente se dice: evaluar es
medir. Así, a pesar de la estridente reiteración mediática de que el único fin
de la evaluación es la calidad educativa, estas pruebas sólo pueden medir.
Medir lo cuantificable y no la calidad, para poder clasificar lo medido y
aplicar sus resultados: ingresar o ser excluido, entrar o no al estímulo, permanecer
o ser despedido. Para medir hay que reducir los complejos procesos de
apropiación del conocimiento a meros estándares y resultados medibles.
La prueba Enlace no genera procesos de calidad,
puesto que es reduccionista; empobrece el conocimiento; se finca en la
reiteración. En una palabra, instrumentaliza la enseñanza y no permite ni
siquiera saber si un niño puede escribir o no. El
concurso de oposición, otra prueba estandarizada que consiste en llenar bolitas de opción múltiple, no permite determinar si un maestro es apto para enseñar. Para ser maestro se necesita tener la capacidad de motivar, imaginar, explicar ampliamente, entender las dificultades de cada niño, analizar problemas, descubrir el mundo, y eso no se mide con bolitas. La
evaluación universal, mecánica, limitada, y con más llenado de bolitas, no puede, de manera justa y profunda, determinar el talento y promoción del maestro y/o su permanencia o no en la plaza, violentando sus derechos laborales.
Nadie, finalmente, puede creer en la supuesta
autonomía de los organismos evaluadores, como Ceneval, Conacyt, Ciees,
etcétera, integrados por ex funcionarios de la SEP y
expertosvinculados o entrenados por la OCDE; enmarcados todos por objetivos, principios y metas muy específicos, cuya función central es medir, cuantificar, clasificar y sólo apoyar a los
mejores, en función de lo cual establecen financiamientos paralelos para profesores, programas, proyectos e instituciones
eficientes, admiten o excluyen a los estudiantes.
En ningún momento de esta larga confrontación
estos poderes fácticos tomaron en cuenta las reiteradas denuncias, bien
documentadas y argumentadas por cierto, del magisterio democrático. No sólo han
señalado la corrupción, la total antidemocracia imperante en el SNTE, sino también
su permanente connivencia con las reformas alumbradas al final de cada
negociación. El magisterio democrático, con su mirada crítica, su compromiso
con una verdadera educación pública, laica y gratuita, su conocimiento de la
materia de trabajo, su rechazo a mecanizar y empobrecer la enseñanza mediante
las pruebas estandarizadas, ha levantado peligrosamente la ira de los que
desmantelan la educación en aras de las necesidades neoliberales.
Y sin embargo, tienen toda la razón los maestros
democráticos que denuncian y rechazan este pernicioso sistema de control total,
que no de evaluación. Tienen toda la razón los maestros críticos en plantear la
perversidad de este sistema de exámenes estandarizados.
* Profesora de la Universidad Pedagógica
Nacional. Autora de El INEE y su dilema: evaluar para cuantificar y
clasificar o para valorar y formar
No hay comentarios:
Publicar un comentario