http://www.jornada.unam.mx/2013/03/12/opinion/026a2pol
La revolución
educativa
José
Blanco
El pasado 6 de marzo el secretario
Emilio Chuayffet hizo un compromiso público de importancia máxima:
propone alcanzar un sistema educativo básico de la mayor eficiencia
y calidad del mundo: tender a igualarlo con el de Finlandia. Para
ello hace falta una revolución educativa, dijo, desterrando abusos
pero también cambiar usos.
Más que bienvenida la noticia. Es preciso comenzar mañana,
porque nos puede llevar 20 o 30 años. Finlandia tiene el
reconocimiento de ser el mejor sistema educativo del mundo, del
prescolar al posgrado: comenzó a construirlo hace algo más de 30
años.
Entre otras de las muchas razones de ese reconocimiento está el
hecho de que en las últimas cuatro pruebas PISA ha alcanzado el
primer lugar en las tres áreas que cubre ese examen: comprensión
de lenguaje, matemáticas y ciencias. Esto con un prueba que no
explora conocimientos, sino competencias para resolver problemas con
los contenidos de esas tres áreas.
Finlandia es una democracia parlamentaria con un Congreso de 200
diputados, de los cuales 84 por ciento son mujeres. Su PIB per
cápita se aproxima a los 40 mil dólares (México, 10 mil dólares
en 2011).
Sabedora Finlandia de su aguda escasez de recursos naturales, la
sociedad tiene conciencia de que su riqueza consiste en la alta
formación de su población. Hace algo más de 30 años los fineses
se preguntaron: ¿qué es más importante, los conocimientos, o los
estudiantes? Sus dudas se despejaron rápido: desde luego que los
estudiantes. Empezó así lo que es hoy un consenso cuasi
planetario: el proceso de enseñanza-aprendizaje ha de estar
centrado en el alumno, no en el profesor.
El nivel básico finés comprende nueve años y se inicia a los
siete años: su experiencia y estudios los han convencido de que
empezar antes, para una inmensa mayoría, es inútil o
contraproducente para el aprendizaje eficiente posterior. La escuela
básica es de nueve años, es decir, no está separada la básica
inferior de la superior, aunque de los tres últimos años son
responsables profesores por área de conocimiento.
En el reporte de investigación Desarrollo de la mente:
filogénesis, sociogénesis y ontogénesis, Maceiras, M. y
Méndez, L., coordinadores. Salamanca: Editorial San Esteban, 2010,
entre muchas otras cosas puede leerse: Ya sabemos mucho de lo que
ocurre en nuestro cerebro cuando aprendemos, pero son más limitados
los conocimientos sobre neurosicología de la enseñanza. La
capacidad de aprender de los organismos es mucho más generalizada
que la capacidad de enseñar, incluidos los humanos. Hoy la
investigación en neurociencias ocupa la importancia de punta que
ocupó en su momento el desciframiento del mapa del genoma humano.
Según The New York Times, un plan del presidente Obama
es elaborar un mapa completo del cerebro humano (de la actividad
cerebral a escala molecular), que requiere de una inversión de casi
3 mil millones de dólares para la próxima década.
La conclusión/hipótesis de la mayor capacidad humana para
aprender que para enseñar ha venido a reforzar la decisión de hace
décadas en los países desarrollados de centrar el proceso de
enseñanza/aprendizaje en el alumno. Las investigaciones muestran
que la mente estaría constituida por un conjunto de módulos
especializados, sistemas funcionales, memorias diversas,
inteligencias múltiples. Cada módulo es específico y
especializado en un tipo de proceso o actividad, aunque no
estrictamente localizado, sino distribuido en diferentes redes
neuronales en las áreas cerebrales. Así, serían diferentes los
módulos o sistemas responsables de las percepciones de objetos, la
orientación en el espacio, el lenguaje, la interacción con otras
personas. El alcance y desarrollo en cada individuo de cada uno de
esos módulos, sistemas funcionales, memorias, inteligencias y sus
combinaciones son únicos, y por eso cada individuo es único.
La manera óptima de que el niño –o el universitario– se
apropie de saberes y habilidades es que lo haga con arreglo a la
especificidad de su mente, y cuando ello se hace grupalmente, esa
apropiación se potencia. Requiere un guía-profesor que le facilite
un programa instruccional, que le señale las escaleras que hay que
subir, pero lo hará por sí solo. No veremos en Finlandia
–generalmente– un aula donde un profesor dice un discurso, sino
a grupos de niños siguiendo sus guías de trabajo.
Siguen los niños así un método de aprendizaje por
competencias. El término life skills (traducido a menudo
por habilidades para la vida) surgió hace algunas décadas en
respuesta a la necesidad de incluir en el currículo escolar
elementos que pudieran ayudar a los alumnos a tomar decisiones y a
hacer frente a riesgos y a situaciones de emergencia y de
supervivencia que pudieran enfrentar. Life skills se
refería también a la necesidad de fomentar el desarrollo personal
de los estudiantes, ayudarlos a desarrollar su potencial y a
disfrutar de una vida privada y social exitosa. “A menudo se hace
referencia a este tipo de competencias específicas bajo el término
psychosocial skills, o habilidades sicosociales. Más
recientemente, se ha entendido el término life skills en
el sentido de ‘capacidades’ (saberes, habilidades/aptitudes/
savoirs-faire, valores, actitudes, comportamientos) para
enfrentar exitosamente contextos y problemas de la vida cotidiana
privada, social y profesional, así como a situaciones
excepcionales” (Documento ED/BIE/CONFINTED 47/4, Ministerio de
Educación e Investigación de Noruega).
El Marco de Acción de Dakar (Unesco, 2000) estableció que esa
concepción engloba tanto las competencias sicosociales como las
profesionales y técnicas ( psychosocial y vocational
skills).
Mucho más involucra lo referido por el secretario Chuayffet.
Veamos.
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