Autonomía y educación
indígena
Gilberto López y Rivas
El libro de Bruno Baronnet, originalmente tesis de
doctorado: Autonomía y educación indígena. Las escuelas zapatistas de la
Selva Lacandona de Chiapas, México, (Quito, Ecuador, Ediciones Abya Yala,
2012), conserva toda la solidez, rigor y acuciosidad que otorga la academia de
procedencia: El Colegio de México. Al mismo tiempo, puede ser leído fuera de
los ámbitos especializados de disciplinas como la antropología, la sociología,
la pedagogía o la ciencia política, que investigan temas como la educación, los
procesos autonómicos de los pueblos indios, la interculturalidad y los
movimientos sociales antisistémicos. Así, es un texto que cubre un rango muy
amplio de intereses de potenciales lectores y, paralelamente, constituye un
instrumento muy útil para el pensamiento crítico y la investigación social
comprometida y participativa, en este caso, con los actores socio-étnicos que
protagonizan esta épica del zapatismo contemporáneo, particularmente en el
campo de la educación digna, rebelde y autónoma.
La trascendencia del libro radica en varios
factores concatenados. Uno de ellos es que la investigación de varios años en
territorio rebelde (2004-2008), aprobada y orientada por los propios sujetos
del estudio, revela que en el México transnacionalizado de nuestros días –con
reformas educativas privatizadoras y lesivas para los derechos laborales del
magisterio nacional–, es posible una práctica educativa alternativa a la
oficial, ya que emana de un gobierno autónomo regional, municipal y comunitario
sustentado en la hegemonía zapatista. “Los pueblos indios –afirma Baronnet–
tienen la posibilidad de controlar el papel del maestro de escuela ratificando
su nombramiento y teniendo el poder de destituirlo de sus funciones… Esta
competencia caracteriza el modo de gestión endógena, o desde abajo, de una red
regional de escuelas zapatistas en la cual no es desde el gobierno central, o
desde arriba, que surgen las decisiones de política educativa, sino desde
municipios de comunidades organizadas.”
En momentos en que la mundialización capitalista
en países como el nuestro agrede a millones de seres humanos con su violencia
estructural, y la que se aplica por medio del crimen organizado, la
militarización, la criminalización sistemática de las oposiciones y la
creciente incertidumbre sobre el futuro de la niñez y los jóvenes, no es un
logro menor disputar al Estado el derecho de regular, planear y decidir la
formación de sus sistemas educativos según sus proyectos étnicos y sus
coordenadas políticas antisistémicas, lo que significa, en los hechos y en el
ámbito indígena, oponerse abiertamente a una política indigenista centralizada,
racista, integracionista, ahora con un discurso supuestamente intercultural.
Esto, sin obviar el contexto de dificultades materiales y alimentarias, de
guerra de contrainsurgencia y de luchas por el desarrollo del territorio
fronterizo bajo la influencia de los rebeldes.
La hipótesis general del libro comentado: “se
articula sobre la premisa de que la educación autónoma tal como la conciben los
MAREZ (Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas) de la zona Selva Tzeltal
–gracias a su carácter participativo, endógeno y autogenerado–, permite a los
pueblos indios identificar las necesidades educativas locales y, a su vez,
apropiarse a profundidad la construcción de un proyecto escolar sui generis
fundado sobre sus propios recursos, dispositivos y mecanismos políticos,
socioculturales y económicos”. Acorde al autor, la construcción social del
poder educativo por los pueblos indios pasa de una fase de alzamiento educativo
en contra de los efectos desastrosos de la política nacional impuesta, a una
etapa de rebelión educativa, en que la asamblea comunitaria reglamenta y
controla desde abajo y a la izquierda el quehacer cotidiano del sector, a
partir de la cual emerge un estado de dignidad educativa, en el que los
comuneros zapatistas tienen en sus manos tanto la selección como la formación
docente.
El docente, en esta práctica de la educación
autónoma y rebelde, es despojado de toda connotación de caciquismo cultural e
intermediación corporativa que suelen caracterizar los programas
gubernamentales, aun en los espacios de la
educación indígena. Los que denominamos hace unos años
caciques ilustrados, al servicio finalmente de la acción indigenista del Estado, no tienen lugar en territorio zapatista. También se rechaza al maestro llamado
oficial, porque se le asocia particularmente con agravios morales, con comportamientos que se estiman reprobables según los valores y las normas compartidas localmente, a quien se le denuncia como
mochila velozpor ausentista y por su fuerte rotación y la carencia de compromiso pedagógico y social con la comunidad. Baronnet destaca que en el imaginario colectivo tzeltal, la figura del maestro aparece en general como ajena a la estructura social comunitaria, y la cultura escolar dominante es relacionada con resentimientos, desmovilizaciones, desarraigos, desigualdades y rupturas del tejido comunitario.
El docente zapatista es un promotor de educación
envestido por órganos de decisión comunitarios y se desempeña como transmisor e
impulsor de las aspiraciones sociales, culturales y políticas del grupo de
origen, indígena y campesino; actúa de manera decisiva en la construcción de un
poder comunal, en el marco de un contexto de autonomía y militancia más amplio
y en relación con otros aspectos (gestión autónoma de los recursos naturales,
salud, justicia, etcétera) y a diferentes niveles (asociación de comunidades,
de regiones autónomas). “La educación autónoma –señala Baronnet– desafía a los
poderes dominantes y, ante todo, las prácticas clientelares y al poder
corporativo magisterial, porque impone una ética docente cuyo compromiso
liberador se erige poco a poco como una alternativa inspiradora para las luchas
de los movimientos indígenas y educativos de México y del mundo.” Enhorabuena,
Bruno, por este aporte de tanta valía.
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