John M. Ackerman
En lugar de construir y
legitimar las instituciones públicas, nuestra clase política está
empeñada en debilitarlas y destruirlas. La iniciativa energética de
Enrique Peña Nieto no solamente busca privatizar la industria petrolera,
sino también desaparecer Pemex. Si la sociedad no logra detener esta
nueva agresión, mañana podrían seguir UNAM, IPN, UAM, IMSS, Issste,
Infonavit, entre otras.
Así como hoy estamos obligados a comprar el agua potable de empresas
privadas ante el fracaso del Estado para garantizar nuestro derecho al
vital líquido, mañana los servicios médicos serían accesibles sólo para
quien los pueda comprar. Así como hoy se han multiplicado las
autodefensas en Guerrero y Michoacán ante la complicidad de las
autoridades con el crimen organizado, mañana los jóvenes tendrán que
autoeducarse o, en su caso, recurrir a costosos endeudamientos para
pagar la admisión a las universidades
públicas.
Carlos Salinas eliminó la posibilidad de una política industrial
soberana y de un sano desarrollo para el campo con sus privatizaciones
corruptas, la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y
sus propias reformas al artículo 27 constitucional. Ernesto Zedillo
privatizó las pensiones del IMSS y con el Fobaproa obligó al pueblo a
pagar el oneroso rescate bancario de las familias más adineradas del
país. Vicente Fox traicionó los indígenas de México con su
desconocimiento de los acuerdos de San Andrés y favoreció a las empresas
monopólicas con el otorgamiento de generosos beneficios fiscales.
Felipe Calderón facilitó la quiebra de la aerolínea Mexicana,
desapareció a Luz y Fuerza del Centro y privatizó las pensiones del
Issste.
Hoy Peña Nieto da continuidad a esta tendencia destructora al
proponer borrar de un plumazo el petróleo, la electricidad, la
petroquímica y todos
los demás hidrocarburosdel listado de
áreas estratégicasde la nación enumeradas en el párrafo cuarto del artículo 28 constitucional. Asimismo, sus reformas al artículo 27 permitirían a las empresas trasnacionales controlar la extracción, refinación y transporte del petróleo y el gas natural en todo el país.
Tal como ha explicado a Bloomberg el ex brazo derecho de
María del Carmen Alanís en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de
la Federación (TEPJF) y hoy flamante subsecretario de Hidrocarburos,
Enrique Ochoa Reza, el control de estas empresas será tan completo que
incluso les permitirá reportar las reservas como
suyasen Wall Street (véase: http://ow.ly/o20iY). La reforma también permitiría a las grandes empresas lucrar y especular con la generación de electricidad en México. Es evidente la intención de desplazar a Pemex y la CFE para sustituirlas por Chevron, Shell, Halliburton y empresas de generación de electricidad corruptas y defraudadoras, como Enron.
Resulta una vil mentira y un insulto a la inteligencia del pueblo
mexicano la idea de que la iniciativa presidencial no sería
privatizadora ni sacrificaría la soberanía nacional. Con la reforma,
empresas privadas que trabajan en función de sus accionistas en Wall
Street y obedecen órdenes de gobiernos extranjeros tomarían el control
sobre algunas de las áreas más sensibles de la economía nacional. Se
impondrían sus leyes y sus prioridades por encima de las normas
nacionales y el bienestar de los mexicanos.
Recordemos que el motivo principal que impulsó la expropiación
petrolera en 1938 fue que las petroleras internacionales desconocieron
las leyes del país. Específicamente, se negaron a reconocer el derecho
constitucional de los trabajadores a un salario digno y una jornada
laboral de 40 horas semanales. También chantajeaban con dejar de extraer
y producir petróleo si el gobierno los obligaba a cumplir con la ley.
Cuando las empresas persistieron en su intransigencia aún después de que
la misma Suprema Corte de Justicia de la Nación falló en su contra, el
presidente Lázaro Cárdenas fue obligado a actuar.
Quedarse inmóvil hubiera significado aceptar la existencia de dos
órdenes jurídicos en el país, uno para las empresas extranjeras y otro
para el pueblo mexicano. La decisión de Cárdenas de asumir el control
estatal sobre las empresas petroleras fue en aras de garantizar la plena
vigencia del Estado de derecho para todos por igual en el territorio
nacional.
Hoy Peña Nieto propone devolver el petróleo, junto con el premio
adicional del gas natural y la electricidad, a las mismas empresas que
fueron expropiadas hace 75 años. Así, da continuidad a las últimas tres
décadas de presidentes mexicanos quienes han traicionado el legado de
Cárdenas al fomentar un estado de excepción para los empresarios más
poderosos y darle la espalda al pueblo trabajador.
Los trabajadores de la industria petrolera son el sector más
vulnerable ante una eventual privatización y tendrían que ser los
primeros en levantar la voz. Un reciente reportaje del Washington Post (véase: http://ow.ly/o20RW
) revela cómo las empresas trasnacionales incurren sistemáticamente en
prácticas laborales abusivas e ilegales, como en 1938. La reforma
energética es entonces similar a la reforma educativa. Una vez más se
busca que los trabajadores de base paguen los costos de la corrupción de
los funcionarios gubernamentales y los líderes sindicales.
Peña Nieto y sus socios se frotan las manos en espera de grandes
recompensas por su servicio a Washington y al gran capital. Pero quien
realmente merece ser premiado es el pueblo de México: mujeres, hombres y
jóvenes libres quienes han logrado sobrevivir con el sudor de su frente
décadas de robo por de parte de sus gobernantes. El primer paso para
recuperar un poco de lo que les corresponde será tomar las calles para
poner un alto definitivo al saqueo que implica la reforma energética del
PRI.
www.johnackerman.blogspot.comTwitter: @JohnMAckerman
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